La mirada irónica de Laxeiro, entre el expresionismo costumbrista y la abstracción surrealista.

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Laxeiro se acercaba al mundo como si no perteneciese a él. Lo escudriñaba con su mirada irónica y lo digería hasta convertirlo en una ácida estampa, sellando entre el plomo de su característico trazo una personalísima versión de la vida. Fallecido en 1996, las obras de este renombrado pintor gallego continúan causando admiración entre quienes visitan sus múltiples exposiciones en museos y galerías, siendo considerado como uno de los más elevados exponentes del arte en Galicia, y una de las figuras más emblemáticas del Movimiento vanguardista de Renovación de la pintura gallega.

El particular e inquietante estilo de Laxeiro: un lenguaje pictórico único

El estilo de Laxeiro evoluciona a lo largo de diversas etapas, oscilando entre el expresionismo abstracto y el figurativo, aunque resulta inconfundible hasta para el ojo inexperto a lo largo de todas ellas. Su dibujo único y su especial tratamiento del espacio le convierten en creador de mundos fantásticos y muy característicos, en los que tradición y vanguardia conjugan un caos de fuertes contrastes y sensaciones.

Entre las particularidades de Laxeiro destaca el trazo negro con el que delimita los motivos, contraponiéndolos sobre fondos planos en los que la perspectiva o la distancia naturalista no existen más allá de la propia textura de las figuras. Esta bidimensionalidad y el afán por enmarcar los elementos puede ser un rasgo heredado del periodo de su juventud en el que el pintor ejerció como diseñador de vidrieras en Cuba, técnica que obliga a tener en cuenta el grosor de las varillas de plomo para realizar el tabicado, y que pudo ejercer cierta influencia sobre su visión artística.

Otro de sus rasgos más característicos nos remite a los voluptuosos, esperpénticos y arcaicos seres con apariencia de marioneta de cartón-piedra que configuran el inquietante universo figurativo de Laxeiro. Así, escudriñando en la obra del pintor, podemos hallar referencias tanto al románico gallego como a la temática mitológica y antropocéntrica del arte renacentista, aunque siempre desde su particular visión satírica.

De este modo, los personajes de Laxeiro son grotescos y orondos, y se definen por presentar una particular apariencia de muñeco o marioneta: ingenuos niños rollizos y sonrosados, querubines con demasiados años o jóvenes de rasgos circenses interactúan con contextos idílicos o apoteósicos en los que su ridiculez va volviéndose más patente con cada mirada. Un ejemplo de este enfoque socarrón con el que Laxeiro trivializa el mundo para poder reírse de él lo encontramos en su obra Huída a Egipto (1962), donde la teatralidad  y la estúpida ingenuidad de las figuras y gestos saltan a la vista, como sorprendidas por el espectador.

Por otro lado, las figuras de Laxeiro muestran la textura de la piedra toscamente labrada en un arcaísmo propio de la imaginería popular en granito, de la que el pintor pudo empaparse durante su juventud a través de cruceiros, estatuas y capiteles románicos que ya forman parte del paisaje de la Galicia tradicional, y que se convertirían en una relevante influencia para el desarrollo de la identidad plástica del pintor.

Más allá de las gárgolas esperpénticas que componen su figuración o de su rítmico trazo serpenteante, los cuadros de Laxeiro muestran otra peculiaridad que ahonda todavía más en la sensación de inquietud que suelen producir: nos referimos al barroquismo exacerbado, encarnado en el horror vacui que lleva al pintor a cubrir hasta el último centímetro de lienzo con amasijos de carne, fondos arquitectónicos y juegos de luces y sombras, creando complejas composiciones en las que las figuras se apilan y encadenan hasta copar casi la totalidad del espacio. Este horror al vacío se aprecia en obras como Carnavalada (1931), y se mantiene a lo largo de toda su producción artística.

La vida de Laxeiro: una epopeya artística hacia la abstracción

Las dotes de Laxeiro para la pintura fueron descubiertas por su maestra cuando todavía era un niño conocido por el nombre que le habían dado sus padres, José Otero Abeledo. Nacido en 1908 en la parroquia lalinense de Donramiro (Pontevedra), no se inició en el mundo de la pintura hasta pasada la veintena, cuando recibió sus primeras enseñanzas en la escuela “Concepción Arenal”, asociada al Centro Gallego en La Habana. Fue durante esta breve etapa como emigrante en Cuba cuando consolidó su interés por la pintura, combinando su aprendizaje con otros oficios, entre los que destaca su papel al frente del diseño de vidrieras para edificios del gobierno cubano.

Será una década más tarde, en los años 30, cuando el joven artista se traslada a Madrid para cursar estudios de arte en la Escuela de San Fernando, consolidando un estilo forjado de las experiencias de su infancia rural y de su juventud en La Habana, con el que da comienzo a una prolífica carrera artística en la que sus cuadros evolucionarán desde el febril expresionismo regionalista hasta las puertas de la abstracción surrealista, creando en su recorrido un nutrido universo pictórico.

Su primera etapa artística muestra un marcado carácter regionalista, imbuido del espíritu renovador de la época de los ‘30 en Galicia, al igual que sus colegas Maside, Seoane o Colmeiro. Es la etapa del Laxeiro más costumbrista, de las escenas de la aldea y las figuras graníticas, rugosas, talladas en piedra. Durante esta época el pintor desarrolla la personal dualidad de poéticas que le acompañará durante toda su trayectoria, sintetizada en El Manantial de la Vida, pieza en la que podemos observar la contraposición entre la apacible existencia de las doncellas y angelotes cantando y tañendo mandolinas y la incursión de dos tenebrosas figuras antropomorfas cuya presencia no acaba de encajar en el coro, aludiendo a los instintos más viles que alberga el ser humano no idealizado. De este modo, Laxeiro sienta los cimientos de un mitologismo que, a fuerza de años e ironía acaba por volverse voluntariamente inquietante y contradictorio.

La segunda etapa de la obra de Laxeiro comienza tras la Guerra Civil, y coincide con su primera estancia en Vigo, siendo uno de los periodos más fecundos del pintor. Durante la década de los ’40, Laxeiro consolida su estilo remarcando sus rasgos característicos, herederos de las pinturas negras de Goya y de las bacanales de Tiziano, así como de su particular visión enxebre del mundo. Observamos como la dualidad temática y expresiva que el artista cimentó en su primera etapa continúa presente durante estos años en dos tendencias diferenciadas, una de ellas todavía costumbrista y bucólica, que podríamos denominar primitivismo ingenuo; y otra más salvajemente expresionista, en la que predominan temas mitológicos y figuras tétricas y antropomórficas, no sin cierto tratamiento irónico, tal y como se puede apreciar en Trasmundo (1946), considerada la obra culmen de este periodo y una de las más relevantes de toda su trayectoria artística.

La abrupta naturaleza de sus sueños galaicos, las escenas costumbristas de su aldea y las conexiones tempranas con la obra de Goya, Rembrandt o Tiziano comienzan a desvanecerse de la pintura de Laxeiro tras su llegada a Argentina, donde residirá más de una década, dando lugar a una tercera etapa artística en la que su universo se amplía, sugestionado por la fuerza de las vanguardias internacionales. Es una etapa de reflexión y depuración abstraccionista en la que el autor comienza a deshacerse de todo referente externo; ejercicio intelectual que acaba por resultar en una mayor liberación de los signos pictóricos.

De este modo, el Laxeiro de los años ’60 somete a su figuración a un profundo proceso de metamorfosis en el que los antiguos volúmenes comienzan a aplanarse y a fragmentarse en un contexto caótico de signos autónomos que se encadenan en el espacio, imponiéndose por su propia forma y color, como surgidos espontáneamente de la mente del pintor en una intrincada sucesión de curvas y contracurvas que pergeñan esquemáticos garabatos. Podemos apreciar un claro ejemplo de esta rotura estilística en su obra Hans de Islandia, (1966), una reinterpretación orgánica del cubismo adaptada al trazo típico de Laxeiro.

El viaje emprendido por Laxeiro hacia la abstracción no ofrece retorno, y la posterior década de los ’60 se convierte en una intensa época de experimentación en la que el pintor crea alguna de sus obras más corrosivas, como La caja de música (1962), en las que sus personajes de guiñol se presentan más cosificados que nunca, mientras ejercen su rutinaria farsa.

A partir de los años ’70, su obra ya madura confirma esta ruptura estilística, pudiendo apreciar en su trayectoria múltiples influencias. De este modo, vale la pena destacar obras como Maternidad donde se puede apreciar claramente la fragmentación cubista propia del Guernica de Picasso, o como Los Dioses (1970), imagen que ilustra el presente post, donde encontramos claras semejanzas con la obra informalista de Jean Dubuffet.

Los años siguientes discurren en un frenesí de viajes y exposiciones que le granjean una calurosa acogida, siendo considerado ya en vida uno de los más relevantes personajes del arte gallego. Laxeiro recibe diversos premios y reconocimientos, pasando a convertirse alguno de sus cuadros o litografías en piezas muy codiciadas en el mercado de arte, siendo disputadas a menudo por los coleccionistas en subastas de arte online.

Finalmente, en 1996 Laxeiro abandona de forma definitiva su pincel y el mundo que con él caricaturizó, dejando una ingente obra que asciende a más de 1500 títulos catalogados. Tras su muerte, los cuadros de Laxeiro continúan siendo admirados en numerosos museos y galerías, y sirven de inspiración para nuevas generaciones de pintores y artistas que encuentran en su trazo grueso e informalista el encanto y la fuerza de un pintor irrepetible, y el recuerdo de uno de los más entrañables personajes de la cultura gallega.

Eva Vilar C.