La pintura matérica de Antón Lamazares, o el arte de embalsamar el recuerdo

pintores gallegos contemporáneos Antón Lamazares

A arte é buscar alma para que o ser humano atope o seu paraíso na terra;

que é para o que nascemos todos”.

Antón Lamazares

 

La obra del pintor gallego Antón Lamazares resulta tan intrigante y enigmática como su propia persona. El mundo que emerge de sus cuadros son los retazos de un pasado dolorosamente arrancado de la memoria, embalsamado entre capas de lacas y barnices. Su pincelada infantil, desaliñada y casi primitiva habla desde el recuerdo ensimismado de la Galicia rural de su infancia y, con la nostalgia por mortaja, nos narra la más larga de todas las historias: la del inexorable avanzar de los relojes.

Antón Lamazares: la obra

Escapar al abismo proyectado por los cuadros de Antón Lamazares no es una tarea sencilla. Sus obras son una explosión de colores y formas que emergen con inusitada profundidad y viveza a través de capas y capas de lacas, barnices y pigmentos,  como ventanas a un pasado onírico que atrae al espectador hasta hacerlo caer en un mundo de sugerente evocación.

En algún punto entre el expresionismo y la abstracción, la contradictoria personalidad del pintor se manifiesta a través de su trazo único, automático y rudimentario, pariendo engendros grotescos, forzados, como los de los cuadros que componen su serie Canella Vella (1978-1985), y que recuerdan a los angelus de Paul Klee, con un plus de colorido propio de Lamazares; o trayendo a la vida abstracciones planas y esquemáticas que destilan una ingenuidad propia de las pinturas rupestres, como las fantasmagóricas casas de su Galicia natal, inmortalizadas en Domus Omnia (2006-2009). La forma en la que delicadeza y brutalidad son capaces de coexistir en el mismo cuadro, creando sensaciones antagónicas es, quizás, uno de los rasgos más distintivos de Antón Lamazares.

Al margen de corrientes y convenciones, Antón Lamazares inventó su propia forma de hacer pintura. De formación autodidacta, su método destaca por el empleo de soportes y materiales pobres, como el cartón, la madera o los harapos. Esta brutalidad en el uso de los materiales, sumada al automatismo  del trazo, hacen que el pintor gallego sea considerado como uno de los grandes exponentes del informalismo pictórico, continuando con la tradición del maestro catalán Antoni Tàpies, y encajando en la definición que Jean Dubuffet acuñó para art brut.

Sin embargo, su técnica evoluciona con los años, primando la fuerza expresiva de la materia en detrimento de la figuración, hasta llegar a una etapa de depuración de las formas en la que intrincadas texturas, atmósferas brillantes y garabatos minimalistas acaban por tomar el protagonismo. Es la época del Lamazares más matérico y de las obras de gran formato, de los cartones apuñalados y cosidos, de las vendas usadas y de las obras bifronte, pinturas concebidas para ser observadas desde diferentes ángulos, tal y como el pintor considera que hay que mirar la vida.

Más allá de la pintura, Antón Lamazares también realiza arte gráfico, dominando técnicas tan diversas como el grabado o la tinta gouache. Destaca su dominio de la técnica y del cromatismo, como se aprecia en su serie Verde y Moreno (1990). Sus obras gráficas ilustran, además, poemarios como “Un sentimiento ingrávido recorre el ambiente” (2006), escrito por su amigo Carlos Oroza, con quien realizaría múltiples colaboraciones, y en el que podemos encontrar cinco litografías del pintor.

Antón Lamazares es uno de los artistas más representativos de la pintura gallega contemporánea: un bardo de la vida y de la sangre. De la memoria perdida, por acallada, de una Galicia que muere. Un poeta que canta a través del pincel y que es capaz de crear poesía sin necesidad de utilizar palabras.

Antón Lamazares: el personaje

Antón Lamazares nació en Maceira (Pontevedra) a mediados de la década de los ’50. Desde muy pequeño mostró un especial interés por el arte y la literatura: con menos de 10 años ya leía a los clásicos grecolatinos y a autores contemporáneos de la talla de Álvaro Cunqueiro, a quien conoció en su adolescencia.

De naturaleza espiritual, Lamazares pasó su infancia en el colegio de los Franciscanos de Vigo, hecho que marcó su vida y su obra, al convertirse los textos sagrados en una fuente de conocimiento y de inspiración para el pintor. Así, podemos encontrar diversas referencias a los textos bíblicos, en especial al Antiguo Testamento, como ocurre en el cuadro Adán Errante (2002), aunque su sentimiento místico transciende la mera iconografía religiosa, mostrando una particular visión de lo divino y de lo profano en la que la carne se muestra como portadora de lo sagrado, tal y como podemos apreciar en su  explícita serie Follente Bemil (2002-2003), una oda casi pornográfica a la vida y a la divinidad de la carne.

En su juventud, empezó a expresarse artísticamente mediante la poesía, logrando así una temprana amistad con Álvaro Cunqueiro. El joven literato también atrajo la atención del pintor Xavier Pousa, quien le introdujo en el mundo de las artes. Gracias a él, Antón Lamazares conoció al emblemático artista contemporáneo Laxeiro, en cuyo taller ambos artistas pasaron numerosas tardes de lectura y pintura, en las que el joven Lamazares leía en voz alta a Dostoievski mientras el maestro pintaba.

Laxeiro sorprendió gratamente a Antón Lamazares, que se fascinaba observando cómo  intrincados mundos surgían mágicamente de los gestos y ademanes con los que el maestro tallaba el vacío. En palabras del propio Antón,  “vía como aquel home movía os brazos, encima do cadro e que, como os paxaros, facía sombras no aire”. Fue esta admiración la que hizo que el joven aprendiz de artista reparase, por primera vez, en la pintura: “Carallo, a pintura pode ser outra cousa”, pensó, y la pintura se convirtió en su principal medio de expresión, acompañándole toda la vida. Sin embargo, nunca abandonó la poesía.

El mundo de la pintura le abrió sus puertas y Antón Lamazares se zambulló en él, aunque por su cuenta. Viajó a diferentes países para empaparse de la obra de los pintores que admiraba, como Van Gogh, Paul Klee o Miró, aunque también sentía fascinación por Tàpies y Francis Bacon, entre otros, de los que también bebe su particular estilo.  Expuso por primera vez su obra a principios de los ‘70, con tan solo 19 años.

Desde entonces, su vida ha sido un constante trasiego de exposiciones, publicaciones, aprendizajes e intercambios que le llevaron a vivir y a trabajar en diferentes ciudades, dando lugar a un ingente volumen de obras agrupadas en más de veinte series, que le han granjeado importantes premios y distinciones.

Así, Antón Lamazares se consagra a partir de los años ’80 como uno de los más relevantes pintores del panorama artístico contemporáneo y como uno de los pintores gallegos más reconocidos.  Sus cuadros se exponen en los museos más prestigiosos de España, Reino Unido, Alemania, Estados Unidos y Japón, al lado de las obras de los maestros a los que admira desde pequeño. Sin embargo, Lamazares se define en su discurso como un “home pequeno” que hace lo que puede para expresar el mundo del que fue testigo y que ahora se desvanece en la infinitud de la memoria. El mundo de su “Jalicia en coiros”.

La obra de Antón Lamazares guarda una especial relación con la Galicia que le vio nacer y que ahora muere ante el avance de las ciudades, esfumándose en su memoria bajo la bruma del tiempo. Decidió no vivir en su tierra, pero se empapa de ella cada vez que la visita, y en sus viajes, a través de nuevas perspectivas, la extrae, la devuelve a la vida.

Sería fácil confundir la melancolía de su obra con la típica morriña galega, sin embargo, la nostalgia que asoma en los cuadros de Antón refleja algo más complejo que un sentimiento de apego a la tierra. Es la añoranza de una realidad y un modo de vida que ya no existen, el mundo del rural gallego, de las palleiras, las corredoiras y los merlos. La de Antón Lamazares es una mirada a través del espacio y del tiempo, una invocación de mundos olvidados, bien para impedir que estos se pierdan definitivamente, bien para evitar perderse él mismo sin ellos.

Ver la realidad a través de los ojos de Antón Lamazares es como mirar a través de los ojos de un niño; invocar a la memoria infantil perdida, aquella que recuerda lo que el alma intuye, a pesar de que no lo hayan visto los ojos.

Eva Vilar C.