La pintura religiosa en Velázquez

Personajes famosos Velázquez

Vender cuadros o presentar en subastas de arte y subastas de arte online alguna escultura, obra gráfica, litografía, grabado, serigrafía o pintura de artistas famosos como Picasso, Dalí, Miró o Tàpies representa el mayor orgullo de los profesionales dedicados a la compra y a la venta de obras de arte. En la actualidad los coleccionistas demandan la producción artística de los siglos XIX y XX, pero ello no impide echar un vistazo a los genios que marcaron la evolución de las técnicas pictóricas en el pasado. Su influjo ha sido indiscutible; sólo hay que pensar en las famosas “Meninas”  –en las que su autor se consagra como pintor del aire- y sus distintas recreaciones pictóricas posteriores, para confirmar dicha afirmación.

Mucho respeto da realizar ciertas reflexiones sobre la obra de clásicos como Velázquez y, más aún, plasmarlas por escrito. Pero el disfrute de la disertación plástica y el enriquecimiento que con ellas se obtiene, compensan los riesgos.

Hay quien dice que la historia se escribe, pero no solo se escribe, también se canta, se interpreta y se pinta. Este es el caso, entre otros, del magnífico Diego Rodríguez de Silva y Velázquez nacido en Sevilla, bautizado un 6 de junio de 1599 y fallecido en Madrid el 6 de agosto de 1660. A través de sus retratos, escenas, paisajes y bodegones, plasma en sus lienzos una época, una historia, una tendencia artística marcada por su indiscutible estilo así como por los movimientos de la época. También, un crecimiento, una evolución, un continuo aprendizaje en profunda sinapsis con el amor al trabajo, la superación y la inspiración de un talento justamente reconocido entre sus contemporáneos y también entre los artistas posteriores.

En los cuadros de este admirable pintor no solo quedan trazadas la crónica, la indumentaria o las costumbres de un período histórico, también quedan plasmados los motivos religiosos demandados por la sociedad creyente de la época. Entre sus obras aparecen personajes bíblicos, santos y escenas propias de una historia de piedad, de una historia sagrada.

Una vez obtenido el permiso de su gremio para ejercer como pintor de imaginería y al óleo, Velázquez comienza magistralmente su próspera y fructífera producción artística. A esta primera etapa pertenecen cuadros como el de “Santo Tomás” (1) o el de “San Pablo” (2), algo posterior, pintados cuando el artista contaba con tan solo 19 años. En ellos predomina la técnica del claroscuro. Pintando ya figuras humanas, había abandonado los primeros bodegones (aunque los sigue incluyendo magistralmente en algunas de sus obras) y realiza trabajos por encargo.

En “La Inmaculada Concepción” (3), así como en otras obras pertenecientes a esta etapa, los volúmenes y contornos quedan resaltados mediante un foco de luz dirigido hacia ellos que contrasta con la oscuridad circundante. El manto y la túnica de la Virgen, así como su rostro quedan resaltados mediante una luz frontal mientras que el sol se adivina tras las nubes compactas que quedan a espaldas de María. Huye en estos cuadros de grandilocuencias presentando figuras muy humanas que llevan a sospechar modelos del entorno familiar. Esto ocurre también en La adoración de los Magos.

En “San Juan en Patmos” (4) se repite el foco de luz que proviene del exterior del cuadro. En él resaltan las duras facciones del evangelista en el momento de una de las visiones del Apocalipsis. Los volúmenes, las sombras y la textura de los materiales se acentúan con la característica utilización de la luz propia de los naturalistas.

La imposición de la casulla a San Ildefonso, a pesar del deterioro del lienzo, transmite una profunda espiritualidad. Mientras se admira esta excepcional tela, se percibe una probable influencia de la obra del Greco destacando su composición triangular. María impone la casulla personalmente al santo por haber defendido su virginidad en una escena cargada de piedad y devoción.

En “Cristo en casa de Marta y María” (5), y en La cena de Emaús Velazquez utiliza un esquema compositivo diferente. En ambas aparece el espacio del lienzo dividido en dos zonas: una mayor en la que destaca una anciana dando instrucciones a una cocinera, un bodegón de gran calidad plástica (en el caso de la primera obra citada) y, en el ángulo superior derecho, como al fondo de una ventana o espejo, la escena bíblica. Este esquema puede dividirse en tres secciones: el bodegón, la escena de las cocineras y la escena de Jesús en Betania, en casa de sus amigos Lázaro, Marta y María.

En retratos de esta primera etapa como el de La venerable madre Jerónima de la Fuente, del que existen dos versiones, Velázquez logra expresar pictóricamente la singularidad física y las características psicológicas del personaje retratado si bien no delimita el espacio en el que está situada la figura, dándola así mayor relevancia. El carácter y la determinación de esta franciscana que decide a sus 65 años partir hacia Filipinas para fundar un convento, queda perfectamente expresado en este lienzo.

Después de ser admitido en la corte, Velázquez realiza una notable producción pictórica. Decide entonces partir a Italia donde asimila el arte italiano realizando copias de los frescos de Miguel Ángel y Rafael. Allí perfecciona su técnica sin renunciar al carácter y estilo de su paleta. Abandona en parte el claroscuro y sus cuadros adquieren mayor luminosidad y colorido. Una muestra de estos cambios se aprecia en La túnica de José, cuadro en el que, además, se percibe el estudio de la anatomía humana. El foco de luz, en este caso, parte de la zona posterior del patriarca Jacob hacia tres de los hermanos de José que muestran a su padre la túnica destrozada del mismo. Mienten a su padre haciéndole creer que su hermano ha muerto atacado por una fiera. El dramatismo de la escena queda patente en las expresiones, no solo faciales, sino también corporales. Dos hermanos quedan en la penumbra de una zona poco definida, tal vez para significar su complicidad cobarde. Al fondo se abre un espacio para que pueda verse un paisaje natural. En todo caso, este primer viaje de Velázquez marca un cambio madurativo en su pintura.

En San Antonio Abad y San Pablo, primer ermitaño, Velázquez no solo representa una escena sino casi toda la leyenda del encuentro de ambos santos. Las escenas secundarias se presentan difuminadas y con menor nitidez que la central.

Pero si alguna obra de tema religioso puede impactar de forma extraordinaria esa es el Cristo crucificado. El pintor se había consolidado como artista de nuevo en Madrid. Ya hubo otra con el mismo motivo, pero a través de este lienzo Velázquez consigue transmitir la dignidad, serenidad y ausencia de sufrimiento del crucificado ya fallecido. Un foco lateral baña la bella anatomía de Jesús. Así mismo, mantiene el misterio de su rostro casi oculto por las sombras y el cabello de su cabeza caída. El fondo oscuro hace resaltar aún más el protagonismo del personaje. Evita el dramatismo pintando solo las indispensables señales del martirio. Se trata de una obra de tal belleza estética y espiritual, que llegó a inspirar el famoso poema de Miguel de Unamuno “El Cristo de Velázquez”.

Otras muchas obras podrían citarse como “Cristo contemplado por el alma cristiana”, “La tentación de Santo Tomás de Aquino”, “Inocencio X”, “Cardenal Astalli”, “La educación de la Virgen”, “Las lágrimas de San Pedro”, “San Juan Bautista en el desierto”, “El venerable padre fray Simón de Rojas difunto”, “La última cena”, “Santa Rufina”, “Cristo en la Cruz” o “San Antonio Abad”, muchas de ellas de autoría debatida o atribución reciente.

No se puede pasar por alto la Coronación de la Virgen sin dedicarle una notable mención antes de concluir estas reflexiones. Y ello es no solo por su calidad plástica y estética. En sí la obra, más que un cuadro, parece un completo poema que integra en su composición los más acertados símbolos y metáforas.

Su esquema compositivo principal consiste en un triángulo invertido. A una misma altura se encuentran las tres personas de la Santísima Trinidad. Padre, Hijo y Espíritu Santo coronan a la Virgen que se encuentra en una línea inferior recibiendo un rayo proveniente de la paloma que atraviesa la corona de flores. Se advierte la forma de corazón en una línea imaginaria que rodea a las figuras. Por otro lado la Virgen María mantiene la mano derecha sobre su corazón. Parece que todo coincide con los comienzos de la devoción al Sagrado Corazón de María.

Todo en el cuadro –la composición, los colores, la luz y las sombras- rezuma una profunda religiosidad y una maestría singular siendo el mejor colofón para culminar una disertación que, frente a esta sublime obra, solo puede terminar con el silencio y la admiración hacia este excepcional genio llamado Velázquez.

Fdo. María Luisa Sánchez Vinader

NOTAS:

  1.  “Santo Tomás”. Hacia 1618-1620. Óleo sobre lienzo. 95 x 73 cm. Museo de Bellas Artes de Orleans.
  2. San Pablo”. Hacia 1619. Óleo sobre lienzo. 99 x 78 cm. Museo Nacional de Arte de Cataluña.
  3. La Inmaculada Concepción”. 1618. Óleo sobre lienzo. 135,5 x 101,6 cm. National Gallery de Londres.
  4. San Juan en Patmos”. Hacia 1618. Óleo sobre lienzo. 135,5 x 102,2 cm. National Galery de Londres.
  5. Cristo en casa de Marta y María”. 1618. Óleo sobre lienzo. 60 x 103,5 cm. National Gallery de Londres.