Van Gogh: El fracaso de un genio y su admiración por la pintura japonesa

Personajes famosos Van Gogh

Vincent Van Gogh nació un 30 de marzo de 1853 en Groot-Zundert (Países Bajos) y murió el 29 de julio de 1890 en Auvers-sur-Oise (Francia). Tan solo 10 de los 37 atormentados años que vivió, fueron suficientes como para dejar el legado de una prolífica obra pictórica que ronda los 900 cuadros (sin contar con los más de 1000 dibujos que realizó). Un final trágico, de todos conocido, terminó con una existencia marcada por el fracaso personal y artístico. Toda su vida la volcó Vincent Van Gogh en la pintura. Sin embargo solo una obra, -“Viñedo rojo en Arlés”- pudo vender a la pintora belga Anna Boch, y un artículo se publicó sobre su obra en “Le Mercure de France” gracias a la pluma de Albert Aurier.

Fue anterior a Picasso, y por ende, a Dalí, Miró o Tápies. Otras técnicas se utilizaron más tarde, como la serigrafía, el grabado, la litografía o las técnicas cerámicas. Tampoco se interesó por la escultura. Pero regaló a la posteridad una visión del mundo completamente única y valiosísima, a través de sus ojos perturbados. ¿Cuánto no habrían pagado los coleccionistas de arte de la época, las subastas de arte o los profesionales dedicados a la compra y a la venta de pinturas, si hubieran sabido de antemano el valor económico que alcanzarían sus cuadros? Sus opiniones, reflexiones y comentarios nos llegan a la actualidad gracias a las cartas que remitía a su hermano Theo, que tanto se preocupaba por él y a quien Vincent debía su manutención y los materiales para su pintura. De este modo se expresa Van Gogh en una de sus misivas:

“Yo no tengo la culpa de que mis cuadros no se vendan. Pero llegará el día en que la gente reconozca que valen más que el dinero que costaron los colores para pintarlos”.

Muy famosos son, por ejemplo, sus girasoles, sus retratos, autorretratos y paisajes. La evolución de su obra desde el principio hasta el final estuvo marcada por el tratamiento que Van Gogh dio al color, a la direccionalidad de los trazos y al grosor de las pinceladas, sin embargo, menos extendidas y populares han sido sus “japonaiseries” (reproducciones de xilografías japonesas).

Una vez abierto el comercio internacional entre Oriente -en concreto Japón- y el mundo occidental a raíz del viaje realizado en 1854 por Matthew C. Perry, comienza la llegada de obras de arte y productos nipones a Occidente. Tras largos años de aislamiento, empiezan a conocerse los artículos japoneses, desde la cerámica hasta las xilografías con reproducciones de grandes artistas. Surge entonces el llamado “japonismo” en Europa en general y en París en particular. Todo queda impregnado de la cultura nipona, desde la decoración de los salones hasta las mesas adornadas con porcelana, pasando por los abanicos y la vestimenta femenina que, en muchas ocasiones, simulaba a los kimonos orientales.

El arte no quedó, por tanto, ajeno a dicha influencia y, en 1867, el pabellón japonés tuvo un gran éxito en la Exposición Universal de París. Las artes plásticas se impregnaron de la influencia japonesa y los impresionistas quedaron cautivados por la delimitación de las líneas, el colorido y los paisajes de las xilografías procedentes de Japón.

Van Gogh, durante su estancia en París, también quedó prendado del estilo japonés hasta el punto de llegar a manifestar:

“Envidio a los japoneses por la increíble y limpia claridad de la que están impregnados todos sus trabajos. Nunca resultan aburridos ni dan la impresión de haberse realizado a la ligera… Su estilo es tan sencillo como respirar. Son capaces de hacer una figura con unos pocos trazos seguros, y que parezca tan fácil como abotonarse el chaleco”.

Entonces Van Gogh se afana en la creación de cuadros inspirados en las obras de Hiroshige o Eisen como “Ciruelo en flor” (1), “Puente bajo la lluvia” (2) y “La courtisane” (3). Imprime en ellos su sello personal ensanchando los márgenes de los originales nipones en los que se inspiraba y añadiendo caracteres orientales. Algunos críticos censuran estos cuadros arguyendo que el empleo del color pastoso de Van Gogh no llega a conseguir la textura lisa y extendida por zonas de Utagawa Hiroshige. No obstante, el valor de estos cuadros radica en que Van Gogh logra adaptar las obras japonesas a su propio lenguaje y estilo pictórico.

Así mismo, en el “Retrato de Père Tanguy” (4) aparece el vendedor de pinturas sentado en un primer plano con el fondo de una pared plagada de pinturas japonesas prescindiendo casi de la perspectiva.

Otros muchos cuadros de Van Gogh recibieron la influencia japonesa en mayor o menor grado como “Olivos” (5) o “Puente levadizo en Nueva Ámsterdam” (6). Una colección de 40 obras de Van Gogh junto con los grabados japoneses que tanto apasionaron al pintor holandés, fueron expuestos, por ejemplo, en la Pinacoteca de París en 2012 en la muestra titulada “Van Gogh, sueños de Japón”.

Las pinturas inspiradas en el arte japonés fueron, sin duda, una de tantas pinceladas que formaron parte del cuadro de la vida de este excepcional pintor holandés tan poco reconocido en su época y que tanto ha aportado al elenco artístico de la historia del siglo XIX.

Fdo. María Luisa Sánchez Vinader

  1. “Fantasía japonesa: Ciruelo en flor” (según una xilografía de Hiroshige). París, verano de 1887. Óleo sobre lienzo, 55 x 46 cm. Ámsterdam, Van Gogh Museum (Fundación Vincent Van Gogh).
  2. “Fantasía japonesa: Puente bajo la lluvia” (según una xilografía de Hiroshige). París, verano de 1887. Óleo sobre lienzo, 73 x 54 cm. Ámsterdam, Van Gogh Museum (Fundación Vincent Van Gogh).
  3. “La courtisane” (según Eisen), 1887.
  4. “El vendedor de pinturas Père Tanguy”. París, invierno de 1887-88. Óleo sobre lienzo, 65 x 51 cm. Colección Stavros S. Niarchos.
  5. “Olivos”, junio de 1889. Colección Kröller-Müller Museum. Otterlo, The Netherlands.
  6. “Puente levadizo en Nueva Ámsterdam”, 1883. Colección Groninger Museum.